viernes, 8 de noviembre de 2013

Aventura 1 - Aventuras de los Piratas de Marimontaña

¡Hola aventureros!
¡Vuestra primera aventura! Aún me acuerdo de la primera aventura de los Piratas de Marimontaña. Antes ya éramos aventureros en el mar, pero nunca habíamos  ido de aventuras por la montaña. Así que un día decidimos amarrar nuestro pequeño barco aquí, en el puerto del Garraf, e irnos de aventuras por la montaña. Habíamos visto una que parecía un volcán y decidimos ir a explorar. Estuvimos caminando un buen rato hasta que nos metimos en un frondoso bosque. Era un bosque chulísimo, con árboles enormes y un montón de plantas, bichos y animales por todas partes. Lo pasamos genial, pero llegó un punto en que nos dimos cuenta que nos habíamos perdido! ¿Hacia dónde ir? Éramos buenos marineros: en alta mar sabíamos orientarnos mediante el solo por el día y las estrellas por la noche, pero en aquel bosque tan frondoso no podíamos ver ni el sol ni las estrellas. ¿Qué podíamos hacer? Primero de todo: no asustarse. Nos sentamos todos en círculo y discutimos la situación para pensar una solución. Era la primera vez que habíamos ido de aventuras por la montaña y todo era bastante nuevo para nostros. Pero entonces Eugenia la Montaingenios tomó la palabra: "Una vez, hace mucho tiempo, oí una historia en una taberna. Oí como un mercader le hablaba a otro acerca de un artilugio para poder saber siempre dónde está el norte..." "Para qué quieres un artilugio así si siempre puedes saberlo mirando el sol o la estrella polar?", le interrumpió otro pirata. "Lo mismo pensé yo", continuó Eugenia la Montaingenios, "pero como empezaron a hablar del artilugio no pude evitar escuchar, y ahora nos iría muy bien un artilugio así, no?" Todos asentimos y se hizo el silencio. "¿Y bien?", pregunté tras unos segundos "qué oíste acerca de ese artilugio?" Eugenia la Montaingenios sonrió: "Al parecer se trata de un elemento metálico imantado que, montado de forma que permita su libre rotación sobre su eje central señala, en estado de reposo, siempre al Norte. ¿No es genial?" Silencio absoluto. A menudo Eugenia la Montaingenios hablaba de una forma que nadie la entendía. Entonces ella suspiró y lo explicó más sencillamente: "Como un reloj con una sola aguja que siempre señala al Norte". "¡Ahh!" exclamamos todos, y yo le pregunté: "¿Y tienes uno de estos artilugios por casualidad?" "No, pero tengo... esto!" Y después de buscar por el fondo de su mochila un rato finalmente sacó, con aires triunfantes (y para nuestra decepción), una piedra gris oscura que parecía de lo más normal. "Es un imán", dijo al ver nuestras caras de no entender nada, "y con él puedo construír uno de esos artilugios!" Y ahora sí que todo gritamos entusiasmados: "¡Hurra!" "Bien", prosiguió Eugenia la Montaingenios, "necesitaré un recipiente ancho, agua, una hoja larga y estrecha y una aguja." Y todos nos pusimos enseguida manos a la obra: unos se encargaron de buscar algo que sirviera de recipiente ancho, otros recopilaron el agua que nos quedaba, otros buscamos alguna planta con las hojas largas y estrechas (que obviamente encontré yo, pues por algo me llaman Fulgencio el Ojoatento) y finalmente todos rebuscamos en nuestras mochilas hasta que encontramos una aguja. Entonces, Eugenia la Montaingenios echó el agua en el recipiente (un trozo de corteza que habían encontrado), puso la hoja flotando sobre el agua y, después de frotar la punta de la aguja con el imán, la puso sobre la hoja flotante. Todos nos agrupamos alrededor del recipiente. Todos manteniamos la respiración, mirando la aguja, y se hizo el silencio. Y entonces, lenta y suavemente, la aguja y la hoja empezaron a girar... hasta que se detuvo señalando en una dirección. ¡Señalaba al Norte! "¡Hurra!" exclamamos todos abrazándonos. ¡Ya podíamos orientarnos otra vez! conseguimos salir del bosque y subir a la montaña que de lejos parecía un volcán. Resultó que no lo era, pero la aventura había valido la pena: nos habíamos divertido un montón y habíamos aprendido a orientarnos sin la ayuda del sol ni las estrellas. Ahora ya podíamos ir de aventuras sin miedo de perdernos no sólo por mar, sino también por montaña. Nos habíamos convertido en los Piratas de Marimontaña!

Poco después de aquella aventura conseguimos uno de esos artilugios: los llaman BRÚJULAS, y para nosotros siempre fue como un gran TESORO.



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