¡Hola
aventureros!
Ya lleváis
bastantes aventuras y seguramente ya habréis visto que no siempre es
fácil: es cansado, a veces se pasa hambre, otras veces frío, y
otras calor. Y a menudo también nos rascamos nos cortamos o incluso
podemos hacernos daño 'de verdad'. Pero yo os aseguro que, como
capitán de los Piratas de Marimontaña, pocas veces estos pequeños
sufrimientos no han valido la pena. Y un claro ejemplo fue nuestra
aventura de la cueva inalcanzable.
Habíamos
llegado a un pequeño pueblo en un valle rodeado de altos acantilados
y vimos, en lo alto, una cueva alargada y estrecha, como si hubieran
hecho un corte en el acantilado. Curiosos, nos fuimos pasando el
catalejo para verla mejor pero cuando preguntamos a los habitantes
solo nos respondieron: "La cueva? Olvidadlo. Es imposible llegar
alli. No hay camino, hay zarzas por todas partes y seguramente haya
que escalar. Muchos lo han intentado, pero nadie ha conseguido ni
siquiera acercarse." Entonces nosotros nos miramos y vi como los
ojos de los demás miembros de los Piratas de Marimontaña se
iluminaba: Nos íbamos de aventuras!
Empezamos a
caminar hacia el acantilado, valle arriba, pero poco después de
dejar el pueblo se acababa el camino, así que empezamos a ir campo a
través, esquivando las ramas bajas de los arboles, rodeando grandes
arbustos y evitando las primeras zarzas. Hasta que ya no habia camino
alternativo que coger. Solo un monton de zarzas. Y la cueva del
acantilado aun estaba lejos! Que hacer? Ahora entendiamos por que
tanta gente habia intentado sin exito llegar a la cueva. "Tendremos
que abrirnos paso por las zarzas", dije yo. "Pero pinchan!"
se quejo un pirata, aunque era verdad. Pero entonces Bartolo el
Curatodo replico indignado: "Pinchan, pinchan! Y que si pinchan
un poco? Ya te digo yo que no te va a pasar nada grave. Y queremos
llegar a esa cueva, no? Pues ahora empieza la aventura de verdad!"
Y de un pisoton aplasto las zarzas que tenia delante mientras con las
manos apartaba las que se cruzaban en su camino. "Adelante!"
Y todos le seguimos con nuevos animos.
Estuvimos un
monton de rato abriendonos paso por entre las zarzas, pinchandonos y
arañandonos los brazos y las piernas. Y si nos haciamos algun corte
mas profundo, entonces (y solo entonces) Bartolo el Curatodo sacaba
su botiquin, quitaba los pinchos mas pequeños con unas pinzas,
limpiaba la herida y la curaba o vendaba. Y cada vez que nos
desanimabamos un poco pensabamos en el objetivo de nuestra aventura y
nos animabamos.
Finalmente las
zarzas se empezaron a hacer menos densas y llegamos a una zona de
bosque desde donde se alcanzaba el acantilado. Pero ya empezaba a
refrescar y algunos piratas empezaron a protestar del frío y
cansancio. "Ahora que hemos llegado hasta aquí no podemos
rendirnos. Ya estamos muy cerca! Y si os movéis y os mantenéis
activos ya veréis como entrareis en calor." Volvió a animarles
Bartolo el Curatodo. Ya solo quedaba escalar hasta la cueva, lo cual
podía ser bastante peligroso, pero Miguel-Angel el Mega-ágil subió
sin muchos problemas y nos echo la cuerda (que ahora siempre
llevábamos en la mochila) para que los demás subiéramos. Habíamos
alcanzado la cueva inalcanzable! "Hurra!"
La cueva era
chulisíma y ya ni nos acordábamos de los arañazos que teníamos.
Descubrimos rocas extrañas y minerales desconocidos, el nido de un
búho y rastros de otros animalitos. Realmente la aventura había
valido la pena.
Después de un
buen rato decidimos empezar el camino de regreso porque empezaba a
oscurecer, así que fuimos destrepando por la cuerda hasta el bosque
al pie del acantilado. Cuando Miguel-Angel el mega-ágil ya casi
había llegado abajo, resbalo y cayo aparatosamente al suelo y se oyó
un 'crec'. Preocupados, nos acercamos corriendo y vimos a
Migeul-Ángel el mega-ágil quejándose de dolor mientras se cogía
el tobillo derecho. Bartolo el Curatodo lo examino con cuidado: "Se
ha hecho un esguince. No podrá caminar y tendremos que reducir la
inflamación. " "Con un par de ramas largas y la cuerda
podemos improvisar una camilla" dijo Eugenia la Montaingenios.
"Genial", continuo Bartolo el Curatodo, y sacando una hoja
extraña de su botiquín dijo: "necesitare 10 hojas mas como
esta para hacer una pomada" Así que nos pusimos manos a la
obra: Mientras unos buscaban las ramas para hacer la camilla, Rosa la
Pintahermosa copio la hoja que teníamos que buscar en varios papeles
para que todos supiéramos identificarla y todos nos pusimos
rápidamente a buscar (Yo encontré la mayoría, claro, que por algo
soy Fulgencio el Ojoatento).
Con las hojas
Bartolo el Curatodo hizo una pasta y la aplico sobre el tobillo de
Miguel-Angel el Mega-ágil, que pronto se sintió aliviado. Eso si,
para volver le tuvimos que llevar en camilla, que fue por lo que mas
se quejo: "Pero yo quiero caminar y correr!" "Que te
digo que no puedes caminar hasta que se te cure ese tobillo!" le
reñía Bartolo el Curatodo, y todos los demás nos partíamos de
risa.
Fue una gran
aventura, y aunque acabamos llenos de arañazos y vendajes, había
valido la pena. Eso si, a partir de entonces nos aseguramos que el
botiquín de Bartolo el Curatodo lleve siempre de todo.
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